martes, 17 de noviembre de 2009

La autopista.

Dice el Hoy, que en el cruce de los Maristas un coche ha atropellado a un niño. No sabemos de quien es la culpa, lo que sabemos es que en esta ciudad abandonada a su suerte puede pasar de todo.
En primer lugar, “la autopista” no debería ser una autopista, me explicaré. La autopista hace tiempo que dejó de ser una circunvalación de la ciudad para el tráfico que va (o viene) de Portugal, quedando integrada dentro de la estructura urbana como una de las avenidas céntricas de la misma. Sin embargo, este Ayuntamiento, que no tiene ningún diseño de ciudad y que no quiere intervenir nada más que para calificar suelo para que construyan los amigos, no ha movido un dedo para modificar el carácter de esta vía. Al contrario, no quiere ni mencionarlo para que la vía siga siendo responsabilidad de carreteras y así no tener que hacer el mantenimiento, según la política de siempre de dejar las cosas como están que yo ya me estoy haciendo rico con el cargo y que trabaje Rita. Dice muy bien un comentario de un lector en el Hoy, que refiere que de llevarse a efecto la manía esta de los pasos subterráneos para lo único que servirán es para que los coches puedan correr por “la autopista” sin obstáculos de semáforos.
Eso es lo que tenemos: una ciudad para el negocio inmobiliario de los de siempre y para los automóviles, que son el fetiche que todos adoramos. Yo paso con mi cochazo por la autopista cómodamente y la ciudad que le vayan dando. Porque aquí no hay controles de velocidad y cada uno puede ir como quiera y aparcar en doble fila (o en triple) que no pasa nada. Y, ¡qué bien estamos con este gobierno local! Yo las próximas les vuelvo a votar.

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